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Michelle Parra Conde para Novedades

Mirando sin importancia hacia el abismo, como en esas veces en las que parpadear interrumpe nuestros pensamientos; de ahí surge una reflexión que hace sentir que el mundo se detiene un rato, sólo por un instante. Y es que, desde el lugar donde nos encontramos de pie, no se percibe nada más que el silencio absoluto que escapa después de la tempestad, el eco eterno que permanece en el sitio y en el interior. Entonces podemos invitarnos a un pequeño recorrido en el interior, caminando por los pasillos de nuestros recuerdos muy despacio, disfrutando las imágenes que se guardan en el baúl de lo latente.

En algún punto, se asoma una leyenda que plasma que lo único seguro en esta vida es que no existe nada seguro, por lo que cada día es una nueva oportunidad de aprendizaje y se transforma el momento justo para tomar una decisión, aquella que sea determinante para cambiar el rumbo y subirnos a la aventura de lo nuevo, de lo incierto que nos provoca adrenalina y nos recuerda lo maravilloso que es vivir.

Algunos lo han hecho de prisa, otros a paso lento con la cautela por delante, pero, lo importante en todo ello, es la luz que emana del interior; la que sale a flote de lo profundo y que muchas veces es pequeña y algunas otras tantas ocasiones, se expande a una gran proporción que es capaz de brindarle brillo a quienes se encuentran a nuestro alrededor. Nadie nos pone un límite en su intensidad, por el contrario, nosotros somos los únicos responsables de extinguirla.

Sin embargo, la precaución se encuentra latente, pues de repente el ser humano debe abrirse paso ante la oscuridad que se siembra a través de lo que trata de encontrar la manera de empañar lo que se alumbra.

Importante debe ser, el hecho de encontrar la fórmula exacta de alimentar lo que somos entendiendo primero en dónde nos encontramos para ir tejiendo con tenacidad la vida futura que soñamos. En este sentido, debe existir una combinación franca entre lo que dicta la mente y lo que domina el corazón. Es por ello, que resulta más interesante encontrar el para qué en lugar de un por qué. ¿Qué te nutre? ¿Qué esperas? Recordemos que no existen metas pequeñas, pero sí grandes pisadas que abren camino hacia los complementos perfectos.

Si sientes que sí, si piensas que sí entonces camina hacia ahí, porque la vida es corta y las hazañas son muchas; no hay tiempo para un después o para tal vez mañana. Se trata de sembrar poco a poco con semillas de esperanza, anhelo e ilusión nuestro futuro trayecto hasta encontrar los brazos de la felicidad, tocando la cúspide de la plenitud, la exaltación, humildad y bondad para construir el hogar ideal en el que descanse nuestra paz y armonía, sin olvidar que existirán siempre etapas de sombra pero que nuestro existir es tan basto como el universo y tan poderoso como el mismo sol, que permite que nuestras estrellas internas nunca se apaguen aún más allá de la inmensidad.

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