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Columna de Michel Parra Conde – editorialista

Pasados los comicios recientes y observando atentamente lo sucedido, es de suma importancia realizar una reflexión acompañada de una retroalimentación como individuos, ciudadanos y votantes; es decir, como aquellos que, a través de nuestras decisiones electorales, colocamos nuestra voluntad, esperanza y voz que deberá ser representada dignamente. Por lo tanto, resulta interesante el modo en el que el término política ha sido confundido con prácticas que no son relativas a la misma y pueden incluso desvirtuar dicho concepto. Recordemos que la política hace referente a la relación entre el gobierno y sociedad, así como el modo en el que las decisiones emanadas de la primera puedan causar repercusión en la segunda. Es por ello que los actores políticos deberán de ejercer con objetividad el cargo al que aspiran o por el cual han sido seleccionados.

Sin embargo, la objetividad es una práctica difícil de llevar a cabo en éste medio, pues sería lo equivalente a implementar la razón antes que la pasión, y el instinto humano se interpone constantemente ante el raciocinio arrojando como resultado una constante guerra ciudadana y no un debate, en donde en invariables ocasiones, se busca la imposición de las ideas sobre las de los demás sin importar el daño que puede causarse con ello. Es verdad, todos tenemos pleno derecho a opinar con libertad, pero también a hacerlo de la mano del respeto pues no somos enemigos sino aliados que siempre buscarán construir un camino mejor para todos, sin egoísmos,pero con la verdad. No olvidemos que el más valiente no es el que grita sino el que sabe consensar en vez de condenar sin fundamento, ser fiel a sus pensamientos firmes, por convicción, mirando el presente para no permitir la volatilidad de nosotros mismos, es decir, conservando la propia esencia humana y conducirnos de modo auténtico y no de la forma en la que se imponga nuestro actuar haciéndonos creer que es lo correcto. Se debe de tener presente entonces nuestro pasado que como factura del destino tarde o temprano se asoma y es de precavidos tratar de no atropellarse con ello.

Democracia es decidir con libertad, sin coaccionar, pero ejerciéndola como el derecho que nos corresponde, con igualdad. Es poseer la responsabilidad de inculcar en el ciudadano la forma en la que su gobierno funciona, los límites que posee y el papel que cada miembro del sistema lleva a cabo para con ello ser capaces de tomar decisiones más acertadas que se apeguen a la capacidad y conocimiento de quienes jueguen un papel en la representación del pueblo, ya que no se trata de simpatías ni colores y mucho menos pagos de favores sino del bienestar común.

Por tanto, que el saber escuchar al individuo sea esencial, caminar y palpar de cerca la carencia se convierta en hábito y no en práctica de ocasión, que el proponer se convierta en una realidad y no en palabras de discurso, pero, sobre todo, que no se olvide que la confianza depositada se agradece y respeta, pues los ecos del buen o mal desempeño acompañan por siempre.

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